Como el lado vacío en una cama de matrimonio. Como el silencio entre lo que pienso y lo que digo. Como un cacahuete hueco. Sale de mí la yema por un agujero pinchado y me vacío, pero sigue pareciendo el huevo entero y crudo, ojalá crudo. Nieta defectuosa, hija lastre. Hermana mayor diminuta. Amiga invisible, amiga ciega. Como el helado que se derrite y resbala por los dedos. Como el refresco que cae y se escurre por la alcantarilla. Madre en potencia de un bebé muerto, hija en acto de un mundo muerto. Hija lastre. Ojalá cruda y no podrida.
La niña duerme en un lecho de flores, paciente, exhausta, suspensa. La niña pregunta por la niña en sueños. Dónde estoy, dónde estoy, no me veo. La niña duerme sin fin, impaciente, decepcionada, ofendida. No sabe la niña qué he hecho de ella. No quería que yo cambiase para este lado. La niña duerme enfadada. He cambiado para este lado. Renuncio a la luz de las siluetas que me cruzan. Renuncia a mí el mostrar, el dejarse una cosa ver, renuncia a mí. El sentir se me niega fuera de la estrella. Qué hacer con la verdad del tiempo, con el presente que no acaba, con el futuro que no llega y llegará demasiado deprisa, demasiado tarde. Qué hacer con las mariquitas en el pecho y la rosa en el esófago, qué hacer con la soledad, como una niña que duerme en un lecho de flores y, queriendo despertar, duerme, duerme…
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