Es un bosque. Su cuerpo mi refugio. Un bosque sin domar para mí, y me hundo entre sus ramas y me sumerjo en la espesura. Cómo bailo en el pantano con dos ojos que miran hacia dentro, cómo bailo. Y acaricio sus tallos, húmeda dureza, y cómo bailo. El agua tibia que se derrama en delicados riachuelos que me pasan por las líneas del cuerpo, frío. Pero el agua tibia. El viento en el pelo, como el soplido suave que huele a fresas. Corro desnuda sin cáscara, sola en el bosque, mi bosque, mi animal, ruge para mí.
La niña duerme en un lecho de flores, paciente, exhausta, suspensa. La niña pregunta por la niña en sueños. Dónde estoy, dónde estoy, no me veo. La niña duerme sin fin, impaciente, decepcionada, ofendida. No sabe la niña qué he hecho de ella. No quería que yo cambiase para este lado. La niña duerme enfadada. He cambiado para este lado. Renuncio a la luz de las siluetas que me cruzan. Renuncia a mí el mostrar, el dejarse una cosa ver, renuncia a mí. El sentir se me niega fuera de la estrella. Qué hacer con la verdad del tiempo, con el presente que no acaba, con el futuro que no llega y llegará demasiado deprisa, demasiado tarde. Qué hacer con las mariquitas en el pecho y la rosa en el esófago, qué hacer con la soledad, como una niña que duerme en un lecho de flores y, queriendo despertar, duerme, duerme…
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