Había una vez una chica o algo así. La chica o algo así nació de entre dos tallos abiertos como dos piernas abiertas, embalsamada en savia y sangre. La chica o algo así iba cada semana a visitar una luz. Decidió volver a escribirse, para conocerse o entenderse, lo que primero pase. Para su luz escribe "Me siento vacía y una extraña y una impostora".
Hay veces en las que está sola, en silencio absoluto, y un silencio mayor se traga el silencio suplantador. Ya no suena, qué sonaba, ya no suena; ahora sí, sola, y cae al vacío.
Los pensamientos se le hacen una bola en la cabeza, siempre que está cerca de esclarecer alguno de ellos una nube de confusión pasa por encima y ya no se ve nada. Niebla. Sólo sabe que no sabe nada, sólo sabe que sólo está triste.
Un día la luz se embaraza. Y ella egoísta. Y ella sola.
La ansiedad se le cuela en el cuerpo como un vecino inoportuno. Tú eres la anfitriona y ella la invitada, dice la luz, tú decides qué le das de comer. Le da galletas y café con arsénico.
Se siente caer en abismos que nunca acaban, que ya conoce, oscila entre números, se columpia en la galaxia. Un día sueña que su abuela dice buenas noches y se muere.
Viaje sensorial, viaje sensorial...
Es el tronco que se queda enganchado mientras los demás corren río abajo. Se hace un ovillo y se avergüenza.
Más números...
Ella no quiere escribir porque escribir significa perder algo, sentir menos, y ella quiere sentir todo aunque duela. Se da igual. Sólo quiere a los demás, exprimirles, absorberles, destapar todas sus caras y hacerlas suyas. Y se corta el pelo.
Perdió los días. Ya no recuerda cómo era no estar enferma, tiene que aprender a vivir desde abajo, aprender a vivir...
Un día se olvidaron de ella y ella hizo como si nada. El mismo día va sentada en el suelo del metro y suena "próxima estación: Rubén Darío". "He hablado con Rubén" oye a una señora hablando por teléfono. Se inventa qué puede significar la coincidencia. (Si hay otra casualidad, le va a gustar el libro). No pasa nada más.
Había una vez una chica o algo así, que era delgada y gorda. Cambia de postura y estira la espalda para olvidarse de sí misma, pero no engaña a nadie y en la ducha se toca sin querer y sólo quiere llorar. Se ducha sentada, porque está tan cansada que no puede con su cuerpo. Al menos, él. Se hace daño sola, se quiere morir.
Hace pis en los servicios públicos del hotel. Se queda medio dormida con un zumbido que suena de fondo. Últimamente hay demasiados sonidos que duran demasiado. Será la medicación. Atraviesa el pasillo hasta la penúltima habitación, se hace largo y estrecho, se extiende y se extiende hasta una cristalera que deja ver el mar. Ella sigue caminando hasta el ventanal que desaparece, y por dentro sigue caminando y cae, salta de palmera a palmera hasta la playa. Nadie la oye llamar a la puerta así que se sienta en el suelo y espera y piensa en comida.
Se rasca el pelo, tiene arena en el cerebro. Eso era, arena en el cerebro. Se va sin acariciar el mar.
La niña duerme en un lecho de flores, paciente, exhausta, suspensa. La niña pregunta por la niña en sueños. Dónde estoy, dónde estoy, no me veo. La niña duerme sin fin, impaciente, decepcionada, ofendida. No sabe la niña qué he hecho de ella. No quería que yo cambiase para este lado. La niña duerme enfadada. He cambiado para este lado. Renuncio a la luz de las siluetas que me cruzan. Renuncia a mí el mostrar, el dejarse una cosa ver, renuncia a mí. El sentir se me niega fuera de la estrella. Qué hacer con la verdad del tiempo, con el presente que no acaba, con el futuro que no llega y llegará demasiado deprisa, demasiado tarde. Qué hacer con las mariquitas en el pecho y la rosa en el esófago, qué hacer con la soledad, como una niña que duerme en un lecho de flores y, queriendo despertar, duerme, duerme…
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