No sé qué intentas decirme. ¿Por qué haces desfilar ante mí esta interminable hilera de luces? Sus reflejos eclipsan mi oscuridad, libérame de esta tortura. Porque todas las voces están en armonía entre ellas y con el silencio. Porque mi cuerpo se aplasta sobre la madera y los huesos me duelen. Porque me he fumado el último cigarro. ¿Has puesto tú este autobús detrás de mí? Porque cada vez que me revuelve el pelo al pasar me cuesta más resistirme al deseo del impacto. ¿Por qué me obligas a ver el pasado, el presente y el futuro? Este viaje se me presenta eternamente hueco. Todos visten de luto y yo siento que este cartón no abriga. Dame una manta y déjame esconderme hasta mi entierro. Las hojas secas ya no crujen, la gente hablando a sus teléfonos sólo mueve los labios, las risas no me dejan pensar. Desearía que el llanto tuviera fin, pero está oscuro aquí fuera.
La niña duerme en un lecho de flores, paciente, exhausta, suspensa. La niña pregunta por la niña en sueños. Dónde estoy, dónde estoy, no me veo. La niña duerme sin fin, impaciente, decepcionada, ofendida. No sabe la niña qué he hecho de ella. No quería que yo cambiase para este lado. La niña duerme enfadada. He cambiado para este lado. Renuncio a la luz de las siluetas que me cruzan. Renuncia a mí el mostrar, el dejarse una cosa ver, renuncia a mí. El sentir se me niega fuera de la estrella. Qué hacer con la verdad del tiempo, con el presente que no acaba, con el futuro que no llega y llegará demasiado deprisa, demasiado tarde. Qué hacer con las mariquitas en el pecho y la rosa en el esófago, qué hacer con la soledad, como una niña que duerme en un lecho de flores y, queriendo despertar, duerme, duerme…
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